Es la tónica habitual cuando se produce algún evento económico y social catastrófico, ya sea el colapso del mercado interbancario o una pandemia que lleve a los gobiernos a confinar a la ciudadanía: los titulares de prensa se llenan de palabras como ‘desplome’, ‘pánico’ o ‘hundimiento’ para hablar de la Bolsa. Pero lo cierto es que, una vez que se calman las aguas, el mercado bursátil demuestra ser un buen lugar para dejar los ahorros trabajando si no te has dejado llevar por los nervios.
Sobre todo, si hablamos de Wall Street. En la casi centenaria historia del S&P 500, considerado el índice más representativo de la Bolsa neoyorquina, hasta en 31 ocasiones, el mercado cayó más de un 10% en algún momento del año, pero acabó cerrando el año en positivo.
En 1987, el famoso ‘Lunes Negro’ llevó al mercado a desplomarse más de un 20% en un solo día. Ese año, el S&P 500 terminó con una rentabilidad positiva del 5,3%. Y los años siguientes fueron aún mejores: en 1988 subió un +16,6% y en 1989 un +31,7%. Más recientemente, en 2020, la crisis del COVID provocó una caída histórica del 34% en apenas un mes. Sin embargo, en menos de seis meses el mercado ya estaba de nuevo en positivo y cerró el año con una rentabilidad del +18,4%.
Si se pone el foco en las últimas dos décadas (desde el cierre de 2004 al cierre de 2024) el panorama es positivo para Wall Street. La rentabilidad media del mercado bursátil durante los últimos 20 años fue del 8,4% (5,7% ajustado a la inflación). Fue un comportamiento ‘pobre’ si se compara con la serie histórica, que arroja una rentabilidad media del 10%. Pero no está mal si se tienen en cuenta eventos como la crisis financiera global de 2008 o la mencionada pandemia de COVID.
En 2008, la crisis financiera provocó unas pérdidas gigantescas del -38,49% para el S&P 500. Tras este desplome, el índice se recuperó con una rentabilidad del 23,45% en 2009, y continuó subiendo durante seis años; la primera pérdida se produjo en 2015, y fue tan solo un descenso del 0,73%. Y es que históricamente las caídas pronunciadas suelen ir seguidas de fuertes ganancias, o al menos de ganancias anuales consecutivas, aunque no sean muy elevadas.
Quienes entraron en pánico y vendieron sus acciones en 2008, una vez que los precios de las acciones empezaron a caer, probablemente perdieron mucho dinero. Pero quienes mantuvieron sus posiciones probablemente vieron aumentar sus ganancias en 2012, cuando la rentabilidad del mercado compensó las pérdidas de 2008.
Más recientemente, en 2020, la pandemia de COVID no evitó que el S&P 500 se anotase una rentabilidad anual del 16%. Fue en 2022 cuando el temor a una recesión y la elevada inflación causada por los precios de la energía a raíz de la invasión rusa de Ucrania llevaron al índice a caer un -19,4%. Pero, de nuevo, se compensó con creces los dos ejercicios siguientes. Habrá que ver a futuro si las caídas provocadas por los aranceles de Trump este 2025 acaban siendo solo un bache en el camino.
Pero también hay que aclarar que no es oro todo lo que reluce. Si bien el S&P 500 es el índice más representativo de Wall Street, en los últimos años el gran boom de las tecnológicas ha traído de la mano una fuerte concentración en unos pocos grandes valores, que distorsionan sensiblemente la foto general. Nunca antes en la historia el mercado estadounidense había estado tan concentrado: los 10 mayores valores del índice, liderados por Apple, Microsoft y NVIDIA, representan nada menos que un 38% de la bolsa estadounidense.
¿Y qué pasa con la Bolsa española?
En la Bolsa española, y más concretamente el IBEX 35, el panorama es distinto. El 30 diciembre de 2004, última jornada de ese ejercicio, el Ibex 35 cerraba con un ligero descenso de un +0,22% hasta marcar 9.080,80 puntos, si bien en el año la subida fue del 17,36%. Dando un salto de 20 años (y dos días), el 2 de enero de este 2025 el principal índice de la Bolsa española avanzaba un +0,71% hasta los 11.676,90 puntos.
Visto desde esta perspectiva, esta rentabilidad de un +28,5% acumulada en dos décadas parece exigua, sobre todo teniendo en cuenta que el año pasado el índice se situó no pocas jornadas por debajo de los 10.000 puntos. A ello se suma una subida del coste de la vida de un 52,2% desde entonces, según los datos del IPC acumulado que muestran el Instituto Nacional de Estadística (INE).
El primer punto a aclarar es que “el Ibex 35 no es un índice que, a diferencia del S&P 500 que sí lo hace, refleje el comportamiento de la economía española”, explica Juan José Fernández-Figares, director del departamento de Análisis de Link Securities. “Es un índice muy dependiente de los tipos de interés, para bien o para mal, ya que dos sectores cuya actividad y comportamiento bursátil está muy ligada a los mismos, el bancario y el de las utilidades, son los que más peso relativo tienen en el Selectivo”.
Por el contrario, desde la gran crisis financiera fueron los valores de crecimiento, especialmente los tecnológicos, los que lideraron las alzas en las bolsas occidentales, valores que tienen muy poca presencia en la bolsa española. “Este hecho también ha sido un hándicap para el comportamiento del Ibex 35”, apunta Fernández-Figares.
Hay que tener en cuenta que la crisis financiera global de 2008 que sacudió todos los mercados vino aderezada en España por el estallido de la burbuja inmobiliaria, que agudizó todos sus efectos al barrer no solo a las compañías del ladrillo sino al sector financiero. Si el 8 de noviembre de 2007 el Ibex 35 tocaba los 15.945,70 puntos, una cota que nunca ha vuelto a alcanzar, menos de un año después, el 28 de octubre de 2008, caía hasta los 7.905 puntos.
“En el comportamiento del Selectivo español pesa mucho su composición, ya que en él los bancos mantienen un peso relativo muy elevado”, añade Fernández-Figares. “Tras la gran crisis financiera y las dos crisis del euro el BCE bajó drásticamente sus tasas de interés, lo que penalizó los márgenes y los resultados del sector bancario -durante años estuvieron destruyendo valor- y lastró su comportamiento en bolsa, lo que se reflejó en una peor evolución relativa del Ibex-35 durante muchos años con relación a otros índices, especialmente al S&P 500”.
Si bien nunca llegó a dar el salto al Ibex 35, la crisis inmobiliaria se puede ejemplificar bien con el ascenso y caída de Astroc, que debutó en el parqué en mayo de 2006 y uno año después acumulaba una subida de más del +1.000%, convirtiendo a Enrique Bañuelos en el hombre de moda en España. Pero como otras inmobiliarias, acabó cayendo en desgracia conforme se fueron conociendo más detalles de su modelo de negocio y actividad.
Astroc, que llegó a tener un valor bursátil de 8.800 millones de euros, cayó por debajo de los 1.000 millones y al año siguiente tenía un nuevo nombre, ya que los nuevos dueños y la banca acreedora preferían evitar cualquier relación.
El boom del ladrillo no se puede explicar sin la implicación del sector financiero, que se vio muy penalizado por el enorme riesgo que había adquirido en las inmobiliarias. Aunque las grandes víctimas fueron las cajas de ahorros, prácticamente desaparecidas (salvo honrosas excepciones) tras el saneamiento obligado por los decretos del entonces ministro de Economía Luis de Guindos, los bancos cotizados tampoco escaparon de la situación.
Banco Popular es el caso más icónico dentro del Ibex 35. Si bien su caída llegó casi una década después de la crisis inmobiliaria, es difícil desligarla de ella. El banco se negó siempre a traspasar sus activos tóxicos a la Sareb (el llamado banco malo) para evitar la mácula de ser rescatado por el Estado. El resultado es que acabó siendo intervenido y vendido a Banco Santander por un euro. Hay que aclarar que este precio simbólico no fue una ganga para el Santander, que tuvo que realizar una ampliación de capital de más de 7.000 millones de euros para el saneamiento de la entidad.
El Popular era uno de los bancos más grandes e importantes del país. Contaba con 300.000 accionistas y su capitalización bursátil ascendía a más de 19.000 millones de euros. La entidad financiera fue excluida del Ibex el 9 de junio de 2017. El final no pudo ser peor para los accionistas ya que el valor de los títulos se redujo casi por completo (30 céntimos).
El otro gran shock al que se enfrentó el mercado español en estos últimos 20 años fue la pandemia de COVID, que devolvió al Ibex 35 de nuevo al entorno de los 6.000 puntos en 2020. El selectivo madrileño marcó mínimos de la pandemia el 16 de marzo, al ceder hasta los 6.107 puntos. Sin embargo, desde entonces ha más que duplicado su cotización. Incluso los valores más penalizados, como el holding de aerolíneas IAG, ha recuperado ya las cotas en las que se movía antes de la emergencia sanitaria.
Pero, sobre todo, en los últimos años las alzas de tipos han permitido a los bancos mejorar sus resultados, “lo que ha impulsado en bolsa sus cotizaciones con mucha fuerza, favoreciendo el comportamiento del Ibex 35”, explica Fernández-Figares.
Los dividendos al rescate
Visto este panorama, uno podría pensar que una persona que invirtiera en 2007, cuando el Ibex 35 se encontraba en máximos, sin moverse desde entonces, acumularía pérdidas significativas en su cartera. Pero hay que aclarar que incluso en este caso teórico esto no es así. El motivo es que uno de los atractivos que ofrece la Bolsa es también el cobro de dividendos, y las cotizadas españolas son bastante generosas en general para con sus accionistas.
Grafico Ibex con dividendos
Solo el pasado año, las empresas cotizadas españolas repartieron 37.860 millones de euros entre sus accionistas, con un aumento del 25% frente al ejercicio anteriores. En la serie histórica, el dato de 2024 solo se ve aventajado por 2014, cuando se repartieron la friolera de 43.260 millones de euros.
La realidad es que un inversor que se encontrase en la situación antes descrita probablemente ya hubiese recuperado las pérdidas sufridas en 2014, y desde entonces acumula ganancias. El Ibex 35 con Dividendos se situaba en 2007, coincidiendo con los casi 16.000 puntos del Ibex 35, en algo más de 25.000 puntos. Ahora, el indicador se encuentra por encima de los 48.000 puntos, su máximo histórico con diferencia.
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